lunes, 16 de diciembre de 2013

ARTÍCULOS. COTIDIANIDAD



POÉTICA DE LO COTIDIANO










Lo que denominamos poesía de la cotidianidad es una corriente que poco a poco va infiltrándose en una parte de la joven poesía española, corriente que hace algún tiempo emergió en la América Latina donde, en algunos de sus países,  ha obtenido un excelente arraigo. En Venezuela surgió como oposición a una cierta poesía consolidada, la crítica Gina Saraceni la define: “… el reconocimiento de que en el espacio de lo ordinario la casa, el baño, la ducha, la calle, el gato, el parque, el desayuno, la pareja, los hábitos del día a día aparece una dimensión extraordinaria, ese asombro que causan las "ocasiones" poéticas y que conduce a diversas exploraciones: de la propia identidad (individual y/o colectiva)”. En Perú, la obra de Willy Gómez Migliaro se distingue por la descripción   del ritual cotidiano. Según el crítico García Martín esta corriente poética     “no desdeña la métrica tradicional, ni siquiera el benemérito y para tantos caduco soneto. Participa también del realismo, pero de otra manera: no el realismo sucio, sino el intimista. “. En Argentina, según Rodrigo Galarza, está radicada en las ciudades del interior y representa  apenas un 10% de la poesía argentina, concentrada en su mayor parte en el área de Buenos Aires. De ella dice el poeta de esta corriente Pablo Anadón en Señales de la nueva poesía argentina, que “...utilizan lenguajes cotidianos con la incorporación de vocablos vinculados a la contemporaneidad y la exclusión de todo término que pudiera tener algún relumbre de la tradición literaria, que hay actualización, renovación del punto de vista, perspectivas diferentes, inmediatez,…”.

El sólo título de la obra Diario de un ascensor en un bloque de dos plantas con azotea, de Elena Román,   nos introduce en un texto  de un contenido limitado a los elementos de la vida cotidiana en el que su autora va construyendo un mundo, reflejo de su mundo interior, representado por la vivienda, la casa, la domesticidad, característico de esta poesía de lo cotidiano. En el poema en prosa Ding-dong, dirá: “Si me ibas a llamar, no hace falta que lo hagas, voy en camino. Y si no me ibas a llamar y ya estoy llegando, por favor, haz mucho ruido: tumba el armario, revuélcate en una alfombra….”, en Nota rápida dirá:  “Cariño, te he dejado en la nevera un poco de pavo/ y una metralleta por si lo notas crudo, /…”, mientras que en La lluvia que dejó de ser pretérita dirá: “Recuerdo con cariño la lluvia y las croquetas, tu voz junto al vino, / los billetes de tren invisibles, el cabezal ruidoso, la maleta suicida, / los calamares…”.   

El ya citado poeta argentino, Pablo Anadón, en su reciente  Estudios de la luz,  se detiene en la oscura elementalidad de lo cotidiano, insistiendo –como él mismo dice en la presentación del libro- “ en el intento de extraer un poco de materia luminosa incluso de la más compacta opacidad.” .En dicho poemario se detiene en las cosas a su alcance, en lo inmediato, como en el primer poema del libro: Traduciendo a Robert Frost, “ Con mi libreta y mi lapicera/ Jugando al juego de la poesía…”  o en otras más elementales, como el rito del café: “ Mientras espero que suba el café/ Pienso en la cafetera, ahí, sobre la hornalla/…/ Aquí está, servicial, práctica, hermosa./ Ayudando a servir cada jornada,/…/ Sólo habla/ Ahora cuando asciende el café a borbotones….”, así meramente descriptivo y trasladando la lenta emoción de las cosas, como el ruido de la segadora  “…Que nos ensordecía .Y entreoímos/ En la mente el latido de esta hora/ silenciosa del campo…” al disfrute resultante.



 Decir casa es nombrar el espacio de la intimidad del hombre, el ámbito de su más sagrada cotidianidad, el lugar de la luz y de la sombra, el sitio del amor, el principio y el fin. Nada hay más parecido al hombre que la casa, ella es de alguna manera la réplica material de ese mundo interior que habita en el corazón del hombre.  En Alguien empieza a hablar en una casa, Antonio Mochón  escribe al amor de la lumbre: ”lumbre/ que ofrece su calor como una casa/…/Vayamos, pues tú y yo, dejándonos decir/ por entre ramas húmedas, por el hollín cansado/ de lentas chimeneas, por platos que hemos rotos./ persianas que no bajan a la noche…”, la vida en el pueblo: “…Los junios en el pueblo, los telones/ colmados de aceituna por la vara/ caída, el cielo azul, los nombres./…”, la normalidad de los días en la casa : “ Bajé. La puerta daba hacia esta casa/ que cada día empieza.  Cada día/ bajo sus escaleras, miro fría/ la habitación, su voz, lo que pasa./…”, los quehaceres : “Mis ojos te están viendo en estos cuatro tiestos/ cambiando día tras día la tierra pobre,/ gris, seca,…”  , también la memoria ,“ Porque yo tenía una casa/ que llamaba/ infancia, padre, soledad, camino...”…

 Para José de María Romero   “…la belleza es un hecho irrepetible. O mejor, es algo bello porque es irrepetible. Y es esa cualidad única la que perpetúa en la memoria, en una imagen inmutable, a la que mis palabras acuden en busca de consuelo”,  y ese suceso único, o mejor dicho la sucesión de sucesos similares, cada uno de ellos dotado de su unicidad inmutable pero finita, es lo que constituye la esencia de su poemario Resurrecciones,   denominación en plural de ese infinitesimal de instantes que en su belleza llevan la simiente de su fin y de un nuevo y constante principio. En realidad no hace sino reconstruir la historia de la belleza instantánea de lo cotidiano, una forma ontológica en la que cada uno de ellos es la resurrección del anterior.   Así nos hablará que “Leía a Ferrater en trenes que encuentran / a otros trenes a su paso,…”    y poco después recordará un invierno  y un suceso trivial aparentemente: “…Tu madre me había dado/ un par de guantes, algo de café/ para ti….”, pero que instalado en el poema adquiere una categoría emocional, sobre todo cuando se construye con la materia del recuerdo. Como así ocurre en ese rasgo propio de lo cotidiano de la toma de decisiones en busca de la felicidad: “Que también tengo derecho, pensé,/ a ser feliz, así que compré aquel/ billete y fui adonde tú estabas…”.



Si como decía Teresa de Jesús “Dios andaba en los pucheros”, no va a ser menos la poesía para que, saliéndose de sus escenarios más habituales por no decir constantes, revolotear en el perímetro de la vida diaria, al fin y al cabo es en ella dónde se encuentra el corazón del hombre, su diaria obsesión.

F.Basallote



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